A good tool is an invisible tool. […] Eyeglasses are a good tool — you look at the world,
not the eyeglasses. The blind man tapping the cane feels the street, not the cane.
—Mark Weiser, en The World is Not a Desktop
Nada ejemplifica mejor la futura irrelevancia del hardware que esta foto promocional de las HoloLens. Ya no hay producto que enseñar, ya no hay monolito estilizado: el producto es el mundo y el software lo enriquece. El foco pasa del objeto a la aplicación, que es un pensamiento útil, una idea que asiste al individuo. No hay sitio para discusiones inanes sobre la proporción de la pantalla con respecto al frontal del móvil, ni tampoco para guerras de números. La herramienta se ha vuelto invisible.
Para algunos los fetiches seguirán teniendo importancia. Una parte de la prensa seguirá comentando el diseño del soporte como quien entra en El Prado y se pone a hablar de la calidad de los marcos o del tamaño del lienzo. Esta fijación por el objeto es algo muy humano; no creo que vaya a desaparecer. Sencillamente, se volverá mucho menos importante para la gente normal, que concentrará su atención en lo que la tecnología permite sentir y hacer, y no en lo que permite poseer y enseñar a los demás.
La fuga hacia la realidad se aprecia también en los formatos tradicionales. Cada vez más personas levantan la mirada de la pantalla para disfrutar del mundo. Apps como Happn o Ingress convierten la realidad en juego. Hacen que ignorar la pantalla sea gratificante. La existencia de estas aplicaciones ayuda a deshacernos de la esclavitud del objeto como protagonista de las relaciones sociales. Cuando se combinen con las interfaces naturales, el software “involucrado” hará que nos olvidemos de la bisutería.
Termino citando otra vez a Mark Weiser, inventor del ubiquitous computing:
Our computers should be like our childhood: an invisible foundation that is quickly forgotten but always with us, and effortlessly used throughout our lives.