Por qué estudio lenguajes de programación

The technician in charge, guided by the directions for testing in the Handbook of Robotics, said, “How are you?”

Lenny (Isaac Asimov)

Hace unos días tuve ocasión de hablar con un amigo sobre lenguajes de programación. Al acabar la charla, él, que es ingeniero y sabe que soy psicólogo, me preguntó de dónde venía mi interés por temas tan alejados de mi formación. En ese momento no supe dar una respuesta coherente. Sonreí, me encogí de hombros y le dije que era un tema que me había atraído desde que era pequeño.

Luego recordé un episodio significativo.

Un día de 1989 conseguí entrar en la única tienda de informática de mi ciudad. Mientras el encargado atendía a mi madre, me acerqué a la mesa de los ordenadores. Un Commodore 64 esperaba que alguien le diese una orden. “Es inteligente. Le preguntaré cómo está,” pensé con la inocencia de un niño de siete años. Escribí un par de palabras. El C64 escupió una respuesta tan fría como incomprensible.

cs64

La decepción fue intensa. Había intentado comunicar con el ordenador y este no me había entendido. Más tarde, cuando por fin tuve el C64 en casa, descubrí cómo hablarle. Había que usar otro idioma, seguir extraños rituales: primero un número, luego una palabra especial y finalmente el contenido. Todo aquello me pareció mágico, pero también incómodo. Algo así como componer hechizos a través del teclado. Descubrí que para hablar con las máquinas hacía falta mucha paciencia.

Llevo desde entonces fascinado por la relación entre el software y las mentes que lo usan. Durante el tiempo que he pasado cerca de ordenadores, no he dejado de probar interfaces y lenguajes en busca de un contacto más cercano con lo artificial. Este interés me impulsó a estudiar tanto psicología como informática, la primera en la universidad, la segunda por mi cuenta, en un intento de componer una carrera que en España no existe. Quizá la culpa la tuviera también Asimov. Por qué no.

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Un cuarto de siglo después de mi accidente con el Commodore 64, hablo con Siri y compruebo que comunicar con las máquinas se ha vuelto más fácil, más natural. El software parece menos introvertido. Sin embargo, queda mucho camino por recorrer. Revivo cada semana la decepción de aquel primer encuentro en las experiencias que otras personas tienen con la tecnología. Las cosas siguen más o menos igual que antes. No hay singularidad; hay una trinchera digital.