En unos años seré reemplazado por una aplicación capaz de escribir artículos sobre cualquier tema.
Ese software será más rápido escribiendo, más eficaz a la hora de investigar y más atento a la analítica web que yo. Tras procesar todos mis escritos, también sabrá emular mi estilo. Pocos notarán la diferencia entre un artículo mío y uno del algoritmo. Y ya que no le podréis pasar el test de Turing, tendréis que vivir con la sospecha de que Fabrizio podría ser un script llamado UpWorthy.py.
Tendré que buscarme la vida. Ya no trabajaré para un medio. Porque los medios, como explica Ben Thompson en Publishers and the Smiling Curve, son intermediarios inútiles. Para sobrevivir, tendré que servir a individuos pudientes. O a empresas que necesitan palabras. Si hay alguien que podrá darme de comer serán millonarios en busca de juglares o los mecenas-enjambre del crowdfunding.
Sí, puedo imaginar un periodismo financiado por la multitud. Gente que además de pagar por un concierto o un juego indie, pagará por un año de verdad bien contada e investigada. O por un punto de vista único, narrado por escrito o en vídeo. Por una firma que no se puede replicar con un algoritmo ni tampoco integrar en el flujo de trabajo de una startup. En resumen, por una performance.
Esa es la nueva “propuesta de valor” para un escritor: convertirse en actor de la palabra escrita.