El dedo tiene muchas formas, infinitas. El dedo es el iPhone. El dedo es el Apple Watch. El dedo es el Macbook. El dedo es el iPod. Formas diferentes. Varitas listas para canalizar la magia que está en el código y en la habilidad de quien llevará esos objetos. En sí, no tienen ninguna importancia. Apagados, son objetos reducidos a lo esencial, monolitos, poliedros elegantes que encajan en cualquier situación.
Son discretos porque lo máximo a lo que puede aspirar el hardware es a ser invisible. Si para eso tiene que ser más fino o emular un objeto de uso cotidiano, como un reloj, la metamorfosis es bienvenida. Si nos fijamos demasiado en el hardware, estamos olvidando lo más importante, que es el contenido y la función a la que sirve. Estamos mirando el dedo que señala en lugar de la Luna.