Te atacan por todos lados. Cuando dices la verdad te llaman aburrido. Cuando te haces el misterioso te tachan de sensacionalista. Juicios duros. Inmerecidos, si tenemos en cuenta que actúas con la mejor de las intenciones. De no ser por tu esfuerzo, las ideas más interesantes jamás se llegarían a leer. Te sacrificas para conectar lectores y textos, para hacer que las ideas lleguen a ojos que no saben buscar.
Recibes a menudo encargos difíciles, pero los aceptas con un admirable sentido del deber. De algún modo siempre te las arreglas para llevar ideas importantes de un lado para otro con una sonrisa a veces altiva, a veces burlona. Como un juglar, sí. Porque aunque te rías, lo que haces no tiene nada de ligero: un paso en falso y el lector puede condenarte a pasar del resto de tus días en un historial.
Gritas en el mercado de las frases hasta quedarte afónico. Zarandeas las mentes cuando no queda otra. Así es como me gusta verte: cambiante, insatisfecho, rebelde. No tienes más remedio: si no lucharas por expresarte, ¿quién le daría de comer a los pequeños párrafos que te esperan en casa? Nadie. Porque esa es la dura verdad: nadie lee por compasión en este gran bazar de los conceptos.
Perra vida, título mío. Perra vida. Sigue danzando y cantando mientras puedas.