La prensa tecnológica actual es muy similar a la que en los años 70 escribía sobre los equipos de sonido de gama alta. Abrid un número cualquiera de Stereophile o High Fidelity y encontraréis rumores sobre lanzamientos y discusiones bizantinas sobre la pureza del sonido con tal o cual amplificador. Cuarenta años después, en lugar de tubos de vacío y etapas de potencia hablamos de cristal gorila y píxeles, pero la esencia es la misma. El impacto que tienen sitios como The Verge o Engadget en la vida de la mayoría de personas es escaso. Escriben para una élite tecnológica, para el primer mundo digital.
Pero los teléfonos inteligentes y las tabletas no son tocadiscos de los años setenta. Es tecnología para todos. Su alcance es muchísimo mayor que el de aquellos equipos de sonido japoneses o alemanes que costaban un ojo de la cara. Es incluso mayor que el de los ordenadores personales. En 2013 se vendieron más de mil millones de smartphones en todo el mundo, y se calcula que para este año esa cifra alcanzará los 1.200 millones. Muchos de esos dispositivos caerán en manos de personas que nunca han usado ordenadores en su vida (¡ni siquiera teclados!).
Imaginad la situación: centenares de millones de teléfonos de gama baja en manos inexpertas y a veces asustadas. Esos usuarios son los soldados rasos de la era digital. Casi nadie les explica cómo configurar su dispositivo o cómo subir de escalafón y superar las limitaciones de su hardware. Pero reciben órdenes: compra el último modelo, actualiza, conecta, descarga. La prensa tecnológica se comporta como un grupo de lugartenientes deseosos de complacer a sus respectivos generales. Habla de conquistas, aplicaciones que mueren e imperios tecnológicos. En la trinchera, millones de usuarios aguantan con sistemas obsoletos.
Hay una escena de Senderos de gloria en la que dos soldados discuten sobre qué muerte es mejor. Uno dice que prefiere la ametralladora a la bayoneta. El otro asiente: es más rápido e indoloro. Puedo imaginar a dos usuarios de teléfonos anticuados hablar sobre qué tipo de chat les hará ahorrar en llamadas o sobre cómo solucionar el eterno problema de la falta de espacio en su móvil. Sí, es otra escala y son problemas en apariencia triviales, pero el impacto a largo plazo que puede tener una tecnología ineficiente en el desarrollo de las naciones puede ser inmenso.
Para sacar a la gente de las trincheras digitales, primero hay que comer su mismo rancho y luchar en las mismas batallas. Y llegado el caso, hay que enseñarles a desobedecer las órdenes.