Esta mañana ayudé a Lluc a ponerse los zapatos. Al acabar me quedé sentado en el suelo porque, bueno, tengo días así; el motivo no importa.
Fue entonces cuando Lluc me tendió sus manitas y me dijo “Levanta, papá”, dispuesto a alzarme a mí, que peso seis veces más que él.
Sonreí y pensé que, a veces, la vida para y mira hacia atrás en busca de los rezagados. Y que si eso no es amor, pues no sé qué puede serlo.