Almas

Un día Elpidio Sánchez halló un alma en la terraza de su casa. No era la suya. Le hubiese sido imposible demostrarlo, pero sabía que esa no era el alma que había perdido a los quince años en una playa en Galicia. Para empezar, la suya tenía un aspecto más azulado. Luego, tampoco tenía sentido que su alma estuviera en la terraza. Quienquiera que hubiese tirado allí un alma tendría sus buenos motivos, pensó Elpidio. Con todo, verla sobre sus petunias le resultaba molesto.

El alma no se movía. La miró un tiempo, indeciso. Finalmente, entró en casa, cenó un plato de sopa de garbanzos y se quedó dormido en el sofá, viendo la tele. El alma permaneció todo ese rato en la terraza, brillando con luz tenue y vibrando con los ladridos de los perros callejeros. A Elpidio no le importó que la pobre pasara frío en la terraza. A fin de cuentas, era un desalmado.

El día después, a eso de las cinco de la madrugada, Elpidio regresó a la terraza con unas pinzas y recogió el alma con delicadeza. La metió dentro de un sobre, que guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Y marchó a trabajar en su furgoneta Citroen. En el lateral de la furgoneta estaba el logo de su empresa: una bombilla rota de la que manaban rayos grises, negros y marrones. La empresa se llamaba “Merdilux”.

Un hombre sin alma encuentra trabajo fácilmente. Elpidio Sánchez trabajaba como técnico de iluminación inhumana. Muchos de los sitios peor iluminados de la ciudad eran obra suya. ¿Un salón comedor con luz amarillenta de solarium? ¿Un aula con blanquísimas luces de neón de matadero? Eran sus especialidades. Estropear la luz ambiente de un lugar no era sencillo, pero a él se le daba bien.

Aquel día, sin embargo, no conseguía encontrar la inspiración. La luz no le salía lo bastante depresiva. Lo atribuyó al alma que llevaba en el bolsillo. Pero no podía tirarla. Algo en su interior se lo impedía. Decidió entonces ponerla encima de uno de los focos del teatro en el que estaba trabajando. La aplicó con sumo cuidado sobre el reflector, se aseguró de que no cayera y se fue. 

A día de hoy, Elpidio ya no recuerda nada de todo eso. Pero ese teatro se ha convertido en el favorito de muchos actores secundarios.