Matar un navegador

Apple y Google quieren matar el navegador web de tu móvil.

Lo quieren matar porque es un embudo enorme por el que se pierde gran parte de su negocio, que va ligado al consumo de contenido en las apps, los canales de una televisión que te hace creer que tienes el control. Sin web móvil, todo pasaría por apps que se distribuyen en stores exclusivos. Los márgenes de beneficios serían más jugosos. Y al final, para acceder a ciertos contenidos, tendrías que comprar una cajita tonta. Esto ya está ocurriendo.

Si no pueden eliminar los navegadores ahora, es porque casi todo el contenido que se consume está en el web, no en las apps. Además, el usuario lleva años familiarizado con el navegador, una herramienta conveniente y fácil de usar, y la pide en sus móviles. Luego, hay conflictos internos: muchas actividades de Apple y Google dependen todavía de una relación saludable con el web. Sospecho que hay bandos pro y anti-navegadores en ambas empresas.

La alternativa a quitar el navegador es intentar restarle poder o bien transformarlo.

Hay muchas formas de ahogar el navegador. Apple empezó por la más obvia: al principio el App Store impidió la distribución de navegadores. Hoy se permiten, pero el único navegador por defecto solo puede ser Safari. No solo eso, sino que los navegadores de terceros están sujetos a una serie de limitaciones técnicas que les impiden competir en igualdad de condiciones. Es como ponerle la zancadilla a tu rival.

“Matar navegadores nos hace parecer malos”, debió de pensar Apple. “Quizá es más fácil matar la web móvil”. Con el soporte para bloqueadores de anuncios en Safari, Apple parece tomar el lado del usuario mientras incentiva el éxodo de los creadores de contenido hacia las apps (como News). Notad la inocencia de Firefox, que ha lanzado Focus, un bloqueador de anuncios, sí, pero que solo funciona en Safari.

También Google ataca el navegador, pero no recortándolo, sino convirtiéndolo en un sistema operativo capaz de ejecutar apps de Android y dotado de tienda propia, el Chrome Web Store. Con el app indexing, aspirar el contenido de las apps y mostrarlo en los resultados de búsqueda, permiten que un productor de contenidos ya no necesite una web para ser encontrado. “Ve directo a la app, ¡es lo mismo!”.

Antaño la guerra se luchó entre los navegadores web. Estaba en juego la forma de consumir el contenido y, más tarde, el predominio de unos buscadores frente a otros. La ganó Chrome. Pero ahora la guerra se da entre las app stores, o mejor dicho, entre canales que controlan la creación, distribución y consumo del contenido. En este contexto, el navegador se ha vuelto una amenaza, una antena capaz de sintonizar sin pagar cuotas.

No los han matado todavía, pero los navegadores corren un grave peligro. El web móvil, también. Son veteranos molestos, anomalías históricas, como las define Christopher Mims. Si perdiésemos esas anomalías, perderíamos libertad. No debemos permitirlo.