Todos los videojuegos son educativos, sin excepción. Todos enseñan cosas útiles, ya sean idiomas o técnicas de resolución de conflictos. Puedes aprender a reírte con Monkey Island, a soportar la soledad con Elite o a dominar el arte de la diplomacia con Civilization. Call of Duty y Grand Theft Auto rebosan de dilemas morales y muestran las bajezas del ser humano. The Stanley Parable es una clase magistral de ironía y metanarrativa. Dear Esther da cuerpo a la poesía contemporánea. Journey enseña el misticismo. Y así hasta agotar el catálogo de juegos. Incluso de Carmageddon pueden sacarse lecciones vitales.
Pero el propósito de los juegos no es enseñar, sino entretener. La enseñanza es un efecto colateral positivo, no el objetivo central. Lo mejor que saben hacer los videojuegos es estimular la curiosidad y facilitar la transferencia de habilidades al mundo real, exactamente como ocurre con los juegos de siempre. Los videojuegos educativos, en cambio, son aburridos y fracasan porque a menudo ponen el acento más en los contenidos educativos en sí que en la diversión y la exploración libre del conocimiento. Como dijo hace poco un experto, “los juegos educativos compiten contra Angry Birds”.
Cuatro de cada cinco videojuegos usados en las aulas americanas son “educativos” (fuente)
Los videojuegos están entrando en los colegios, pero no pueden hacerlo solos, ni tampoco empujados por áridas leyes educativas. Son los maestros quienes han de traer el videojuego al aula y tratarlo como un medio de enseñanza más. Iniciativas como Minecraft Education solo funcionarán si el profesor se implica con el juego tanto como el alumno, hasta el punto de formar parte de la comunidad de desarrollo. Sin embargo, casos como el de los docentes que amenazaron con denunciar a los padres que dejan a sus hijos jugar al Call of Duty muestran lo lejos que estamos de tener escuelas videolúdicas.
En el informe _Level up learning_, Lori Takeuchi y Sarah Vaala hacen hincapié en la necesidad de que todos los actores involucrados, desde los desarrolladores hasta los políticos, trabajen juntos para mejorar la integración del videojuego en el aula. Es una buena recomendación, pero cabe añadir que no basta con comprar pantallas y mandos para llegar a esa integración, sino que a veces hay que plantear cambios en el modelo de enseñanza: mientras que el fomentado por los videojuegos es cooperativo, el que predomina en las aulas es jerárquico. ¿Deben los profes ganar a sus alumnos al Street Fighter? Lo dudo.