“What is success in life? I don’t want to frown”
Hace días leí un artículo titulado The Importance of Being Ruthless. El autor, Jon Schlossberg, cuenta que dejó un buen trabajo por la falta de una cultura de la excelencia a su alrededor. Schlossberg no quería trabajar con gente que no lo daba todo, sino que aspiraba a estar en un ambiente despiadado, en el que “el por qué es más importante que el qué”.
Suena a pasión, en el sentido de padecer.
Una vez discutí con un hombre así, un hombre apasionado y despiadado. Una de esas personas que se mueven hacia delante porque son incapaces de hacer otra cosa. Le dije sin muchos rodeos que su conducta era peligrosa. Que se amargaría y aislaría. Que no era necesario emplear tanta dureza. Que no por ir más despacio se hundiría.
Fui pragmático. “Esa dureza te convierte en un blanco fácil”, le dije con la misma sonrisa que le dedicaría un sicario retirado a otro en activo. “Lo sé, pero no me importa”, repuso él.
Todo su discurso olía a responsabilidad y urgencia. El mundo era un gran estercolero que alguien tenía que limpiar. Y lo tenía que limpiar él, porque los demás eran lentos y perezosos. Se metía en batallas sin que se lo pidieran y no ganaba ninguna, porque al final, para avanzar de verdad, necesitaba el apoyo de las personas que menospreciaba.
Lo comprendía: yo también había sido así. Despiadado. Hasta que un día me distancié del discurso de la zona de cónfort, del góspel de la pasión. Ahora lo que quiero es estar en una cultura relajada. Quiero que lo que haga me importe y divierta, no que me haga sufrir inútilmente. Quiero ser un gato.
El artículo de Schlossberg acaba con una frase de Nietzsche, el filósofo peor citado de la historia. Sobre lo bien que le vendría a los ingenieros de Silicon Valley estudiar filosofía hablaremos en otra ocasión. De momento, me conformo con citar a otro sabio, uno del siglo XXI:
Me preocupa más ser buena persona que ser el mejor futbolista del mundo. Además, al final, cuando se termine todo esto, ¿qué te llevas? Mi intención es que, cuando me retire, se me recuerde por ser buen tipo. Me gusta meter goles, pero también tener amigos entre la gente con la que he jugado. Es bueno que te valoren como persona, que tengan un buen concepto de ti más allá de meter muchos goles.
¿Un discurso de algún discípulo de Epicuro? No, son frases de Leo Messi, de un líder que no necesita dureza innecesaria para inspirar a los demás. Serio, sí; profesional, también. Pero no un masoquista, ni tampoco un megalómano. Amistad, bondad, ausencia de dolor. Está todo ahí, en una mente que en lugar de dejarse dominar por la pasión, la ha adiestrado para aprovechar su impulso.