Juan tiene un móvil nuevo. Sus hijos eligieron el más barato que había en la tienda del barrio, un bloque de plástico de marca desconocida. Un “Android”. Lo configuraron con una dirección de Google creada para la ocasión, añadieron números esenciales en la agenda y activaron la tarifa de datos más asequible. Las recomendaciones eran simples: que lo usara para comunicar a través de WhatsApp (sale más barato que llamar, padre), que no lo abandonara por ahí y que no lo olvidase en el bolsillo de los pantalones, que luego acaba en la lavadora y hay que comprar otro y es muy caro, no seas zopenco y cuídalo, hombre.
Juan, que es una persona curiosa e inteligente, empieza a jugar con el móvil. Al principio se entretiene bajando y subiendo la cortinilla de notificaciones. Luego pasa a los iconos: primero los cambia de sitio, luego los organiza y finalmente crea dibujos. Se divierte: es como embellecer un jardín zen. Y eso que la pantalla es diminuta y a veces hay que presionar con fuerza para que responda. La letra es tan pequeña que incluso con gafas cuesta leer lo que pone. Al teclear, Juan levanta la cabeza y apunta con un dedo tembloroso. Parece un mago que se dispone a lanzar un peligroso hechizo.
Juan cree que todo eso es normal, que la tecnología ha llegado a sus manos de la mejor manera posible. Sí, otras personas parecen tener móviles más grandes y luminosos, con pantallas llenas de figuras que se mueven más rápido, pero Juan no encuentra molestas tales diferencias. Lo importante, piensa, es llegar a la tecnología y sus beneficios; lo demás es lujo y ganas de impresionar al vecino. Recuerda muy bien el día en que compró sus primeros electrodomésticos. La nevera y el horno de microondas todavía funcionan. Su nuevo móvil, opina, es como la nevera que compró en los setenta: cumple su cometido.
Un día Juan descubre que puede sacar fotos. Qué posibilidad más asombrosa. Es tan fácil. Abres la cámara, apuntas el móvil, presionas un botón y ya tienes una foto. Y otra. Y otra. Es mucho más sencillo que usar la Zenit. Juan empieza a fotografiarlo todo. La planta de la cocina. El gato. Los cuadros. Sale a la calle y captura rincones curiosos. Algo se ha despertado en él, un impulso creativo. Experimenta con las opciones. Muestra las fotos a su mujer, a los amigos. Las envía, a veces, por WhatsApp, aunque hacerlo le inquieta: ¿le pertenecerán, luego, esas imágenes? ¿Podrá hacer copias infinitas? A saber.
Otro día Juan descubre que ya no puede sacar fotos. El móvil dice algo sobre espacio insuficiente.
Juan no sabe qué hacer. Debe de haber un manual que lo explique, piensa. Busca en la caja en la que venía el cargador y no encuentra nada. Ni siquiera hay un folleto de instrucciones, algo que incluso llevaba la tostadora del chino. Decide ir a una tienda. Llega su turno y levanta el teléfono como un policía que enseña la placa. El encargado mira la pantalla unos segundos, se da la vuelta y coge un paquete de plástico. “Ocho gigas. Aquí caben muchas fotos”, dice. Juan no quiere parecer tonto, así que vale, dame esa, pero pónmela en el teléfono. Juan puede sacar fotos otra vez, pero las viejas ya no están.
Un día un amigo le dice que por qué no sube las fotos a Instagram, que ahí todo el mundo pone sus mejores fotos y tiene efectos y la gente las comenta. Juan no está seguro de las ventajas, pero decide probar. Abre por primera vez la tienda de apps y busca “Insta gran”. Salen iconos. Abre uno que tiene cuatro estrellas. Tiene que crear una cuenta. No sabe muy bien cómo se hace. Pone un nombre. Luego introduce una clave, el nombre de su mujer. Se encuentra con otra cámara. Saca una foto. Prueba los efectos. Qué divertido. Al final publica una de su gato. La titula “Mi gato”. La publica. Es feliz.
Juan vuelve a abrir la tienda de apps. No sabe qué buscar, pero cree que si todas las apps son tan emocionantes como Insta gran, solo pueden pasar cosas buenas. Se pone a explorar las sugerencias. Instala un juego. Instala un fondo animado (qué chulos los peces). Instala un par de juegos de cartas. Muchas apps le parecen malas. Algunas piden crear una cuenta — ¿otra vez? —. La mayoría tiene anuncios. Como los de tele, pero peor, porque estos no se van. Pero da igual: Juan sigue instalando. Hasta que llega un mensaje: “Ha agotado la cuota de datos. Llame al 0789 para recargar”.
Juan ya no puede subir fotos. Tampoco puede bajar nuevas apps. El móvil que lo había hecho sentir creativo, ahora lo humilla. ¡Pero si había comprado una tarjeta de ocho gigas! Decide pedir ayuda. Llama a sus hijos. Suspiran. Le preguntan cosas en un idioma que no parece el suyo. “¿Has llenado la memoria con apps? Pásalas a la tarjeta. Es fácil, solo tienes que…”. Al percibir el tono irritado de sus hijos, Juan pierde la paciencia y guarda el móvil en un cajón.
Le entran ganas de llamar a los de Google, pero no vienen en las páginas amarillas. Llama la operadora y le proponen pasar a un plan ilimitado. Le regalarían un móvil nuevo. Juan desconfía. Ya tiene un móvil. Solo quiere que le arreglen el entuerto, pero la solución que le proponen pasa por abrir la cartera. En la tienda le dicen que el móvil es muy limitado, que por qué no compra el Starbird S9. Está de oferta y tiene procesador Dragonbloat y una pantalla más grande y más memoria y cámara de mayor apertura y las revistas hablan bien de él. Por solo 350 euros. Casi la mitad de su pensión.
De vuelta a su hogar, Juan pone el telediario. Están con el congreso mundial de los móviles. Una feria inmensa. Ve azafatas con móviles enormes. Algunos son dorados. Hordas de curiosos fotografían los móviles con móviles algo más pequeños. De repente ve a un señor muy serio. Es un tal Sundar Pichai, un jefe de Google. Juan levanta el volumen. Sundar dice que Google quiere llevar Internet a todo el planeta. Sundar dice que YouTube se ve de maravilla en una tablet de 50 dólares. El reportaje termina con imágenes de los nuevos modelos de Samsung. Su precio: 700 euros.
Juan apaga la tele. Piensa en el móvil que acaba de guardar en un cajón y menea la cabeza. Quizá mañana le eche un vistazo, a ver si sus hijos le han enviado algún guasá. Quizá intente sacar alguna foto con el Insta gran, o como se llame la cámara esa. Quizá mire cómo se soluciona lo de los datos.
Quizá.