En un artículo publicado en Salon, Michael Harris se lamenta de no ser capaz de leer Guerra y paz de una sentada. De no poder dedicarle tiempo a la lectura como antes. Pinta una plaga bíblica en la que Facebook y Twitter son entes malvados que nos tientan con actividades triviales. Las experiencias profundas se diluyen y desaparecen. Y al final, según los agoreros 2.0, acabaremos como zombis que no pueden dejar el móvil ni un solo momento.
Sí, yo también he caído en la tentación. Sí, yo también salto de pestaña en pestaña sin parar. Sí, sí, es cierto, interrumpo mi trabajo cada cinco minutos para mirar Twitter. Soy un pecador. Lo somos todos. Basta una búsqueda para encontrar cilicios virtuales como SelfControl, que impide navegar durante un tiempo determinado. Conozco padres que prohíben el uso del iPad a sus hijos y desinstalan apps de su teléfono. Incluso hay quienes pasan meses enteros sin conexión.
La culpabilidad desaparece cuando me percato de que paso mis días leyendo. Leo artículos largos en Pocket. Leo interesantes debates en Slashdot y Reddit. Leo libros en el Kindle. Consumo muchísima más información que antes. Y cuando encuentro una novela capaz de estimular mis neuronas, la leo de un tirón. Aprendo más en media hora de navegación que cuando tenía que ir a la biblioteca. Si necesito algo, sé dónde buscarlo; si hace falta, le dedico tiempo.
No es necesario emular al intelectual encerrado en su estudio: es una imagen ante la cual nos rendimos por puro romanticismo. A ese romanticismo añadimos a menudo la nostalgia. Nostalgia de la niñez, de una vida sin preocupaciones. Una existencia cómoda y sin ansiedad. Lo que muchos deseamos es volver a ese ritmo relajado. Veinte años más tarde te encuentras rodeado de obligaciones laborales y decisiones que tomar. Y no es fácil entonces mantener la calma.
Como ya dije en Yo decido cuándo prestar atención, el problema no son las apps ni tampoco la tecnología móvil, sino nuestra ansiedad. Si hay algo que tenemos que tratar es nuestra obsesión por ser animales productivos. “Curar” el síntoma, que es la procrastinación, no soluciona nada. Es más, corremos el riesgo de frustrarnos todavía más y entrar en una espiral de neo-ludismo.
Vamos, que más que un desinstalador, lo que necesita Harris es un psicoterapeuta.