Alrededor de la hoguera

Cuando era pequeño, mi padre solía hablarme de películas de ciencia-ficción. No me contaba qué actores aparecían en ellas ni tampoco cuáles eran sus influencias culturales. No era un análisis academicista. En lugar de citar la calidad de la fotografía o del guión, me contaba algunas de las escenas más impresionantes, esbozos de argumento aliñados con descripciones de efectos especiales. Era una forma muy pulp de resumir películas; simplista pero eficaz. Si en lugar de describir la explosión de la Estrella de la Muerte me hubiese hablado del estructuralismo, me habría ido a otra habitación.

Hoy en día, esa sensación de cercanía y maravilla al hablar de tecnología y videojuegos no la leo. La prensa tecnológica que conozco es incapaz de contarle historias al hombre común. Se ha vuelto exclusiva. Se mira el ombligo. Es cierto que el videojuego es arte, sí, pero no llegamos a ese nivel de discurso. No tenemos sabios, ni tampoco divulgadores. No hay un Carl Sagan del videojuego o del software. Hay, en cambio, tecnólogos pedantes que rechazan rebajar su relato al nivel de la calle. ¿Por qué? Para no sentirse solos, supongo. Pero es un juego que lleva a la frustración.

He dicho que esa sensación ya no la leo. Pero sí la veo. Y donde la veo es en YouTube. Y en Twitch.tv, que ha sido comprada por Google al precio de mil millones de dólares. El porqué de esa compra es más sencillo de lo que parece: Twitch.tv es un lugar que rebosa de contenido contado de manera diferente.

Podemos ser todo lo altivos y despectivos que queramos con ellos, pero los nuevos aedos son los YouTubers, no Nilay Patel. Quien está contando las historias más apasionantes para el público más amplio posible son personajes como El Rubius y Chris Pirillo. Lo hacen aprovechando el medio de storytelling más antiguo de todos: la comunicación oral y los gestos. Enseñan con el ejemplo, y el suyo es un lenguaje con el que nos podemos identificar. No son perfectos porque la perfección no es auténtica: sabe a publicidad y manipulación. De los pares, en cambio, nos fiamos todos.

Son personas como tú y yo que nos cuentan batallas épicas alrededor de la hoguera.