El laboratorio de mi abuelo ya no existe. Hace diez años mis tíos decidieron reformarlo. Quitaron las máquinas y la chatarra. Cambiaron las luces. Intentaron adecentarlo. No hay fotografías de ese lugar, solo recuerdos de mi abuelo sentado en su mesa de trabajo, soldando y reparando aparatos mientras escuchaba el transistor. Recuerdos, y los fotogramas de un brevísimo vídeo que mi hermano digitalizó.
Chatarra. Semi-oscuridad. El vídeo, que dura solo veinte segundos, termina con un zoom de las manos de mi abuelo mientras usa un multímetro sobre un circuito misterioso.
La casa de mis abuelos está al lado de un complejo de fábricas abandonado. Hay un juego que recrea muy bien esos ambientes: Half-Life 2. Conozco bien sus texturas y objetos. La idea de recrear el laboratorio de mi abuelo con el editor del juego -Hammer- parecía viable. Así que me puse a ello.
El garaje-laboratorio se componía de dos ambientes, uno donde almacenaba chatarra y máquinas y otro más pequeño con una mesa de trabajo. Empecé por las paredes. Luego, añadí las estanterías. Dos horas después, presioné F9 y grité de júbilo: el recuerdo -mi recuerdo- estaba tomando forma.
Sueños y recuerdos se toman muchas licencias. Añadí máquinas y cajas que quizá no estuvieran ahí. Pero lo esencial sí estaba: la mesa de trabajo, el corcho lleno de papeles, la radio, las luz escasa. Al cabo de tres horas ya podía entrar en mi recuerdo todas las veces que quisiera, y compartirlo con los demás.
Instagram no puede viajar al pasado, pero la mente, sí. Que uses pinceles, videojuegos o máquinas de escribir es irrelevante si consigues rescatar un recuerdo destinado a desaparecer contigo.
Podéis descargar mi recuerdo en formato VMF aquí.