Mi habitación sigue en Castellón. Cuando entro en ella, me pongo a mirar mis libros. A veces tomo uno cualquiera, lo limpio y lo vuelvo a guardar. Pero, sobre todo, lo que hago es mirarlos. Cuando miro mis libros, una parte de mi cerebro vuelve a hablar. Ya no necesito leerlos. Son cientos de recuerdos. Rostros, nombres, lugares, olores. Cosas que hubiera podido hacer. Cosas que no quería hacer. Cosas que haré algún día. El pasado, el futuro. Todo.
Cuando los dejas solos, tus libros se vuelven un mausoleo.