Hace treinta años mi padre tuvo que vender su equipo de música. Un solo sueldo, dos bebés, una casa que calentar. Nunca me lo ha hecho pesar. He estado reconstruyéndolo con él a distancia, gestionando compras y envíos, poniendo dinero de mi parte. Hace una semana, los altavoces, la pieza final del conjunto.
No es el mismo equipo de 1984. Nada es lo mismo. Yo tengo canas y mi padre me dobla en edad. Pero tenía que hacerlo. Tenía que enviar la termodinámica a tomar viento por unos segundos. Y lo logré.
Ayer me envió esta foto y me dijo que por fin volvía a disfrutar de un sonido limpio y cristalino. Que las canciones parecían renacer. No le entiendo cuando habla de sonido, pero me ha hecho feliz.
Te quiero, papá.