_¡Salto! e_s lo único que grita mientras sus zapatos buscan desesperadamente el contacto con el suelo. Quisiera parar, pero no puede. Las manos arañan el aire, atraviesan ventanas como si fueran velos de agua, apartan cajas pesadas, manotean palomas, muerden bordes de cemento. Son instrumentos versátiles, esas garras de primate.
Sabe que su huida solo puede traducirse en un impacto. Contra el suelo, una pared o un obstáculo; ya no le importa. Hay docenas de variantes para un mismo final trágico, millones de combinaciones posibles. Azotea, grúa, ventana, azotea. Cada bocanada es la última: le da el oxígeno suficiente para quemar el resorte de carne que es su cuerpo.
No ignora que la carrera es absurda, que el fuego que arde en sus piernas sólo sirve para entretener la mente con un sueño de victoria imposible. Otro salto y estará más cerca de no conseguir nada, de volver a empezar. Mientras el corazón le estalla, una sonrisa de feliz desprecio amanece en su cara descompuesta: esta vez ha conseguido llegar más lejos.
Es mucho mejor que empujar una roca cuesta arriba, piensa Sísifo antes de caer en un abismo sin fondo.
¡Salto!