Aparece en su triángulo por la tarde y se va al anochecer. Sé que es humano. También sé que no es de aquí. De dónde viene no lo sé. Tampoco sé su nombre. Podría ser Djimon. Para mí es Djimon. Cuando lo veo, Djimon está entrenando con una base de cemento para vallas. Entrena en silencio. Cuando pasa alguien, él hace caso omiso. Ese es su gimnasio, su pequeño espacio de recogimiento. Ahí nadie puede tocarle. Enjaulado, parece una fiera. Pero Djimon es un hombre libre. Lo sé.
Una vez lo vi mirar intensamente una foto que sostenía a la altura de los ojos. Su voz estaba cargada de emoción. No recuerdo qué decía. Sonaba a juramento. Tal vez estuviera hablando con un ser querido. Quizá con un enemigo; quizá entrene para derrotarlo. Quizá entrene para no volverse loco. El otro día se lo quise preguntar, pero no tuve el valor de interrumpir su rutina. Tengo miedo de que piense que su enemigo soy yo.