Bodega

Vuelvo a casa con una botella de plástico llena de un vino tinto que casi seguramente no beberé, pero que debía comprar. Y es que cada vez que visito la Barceloneta una fuerza desconocida me impulsa a entrar en una vieja y destartalada bodega de las de antaño. Allí se consumó la compra de litro y medio de Priorat seco que el bodeguero, hombre sencillo y sordo como una tapia, tuvo a bien verter en una botella de Font Vella vacía que guardaba al lado de las espitas. No compré el vino porque lo necesitara, sino porque quería viajar en el tiempo. Aunque, de haberlo sabido, hubiera traído una bota desde casa.