Es un restaurante pequeño y poco elegante, sí, y el encargado grita a pleno pulmón mientras su mujer viene a servirte los rigatoni con su bebé en brazos. Pero todo eso, a los italianos, nos la trae floja: los ingredientes son de primera y el pizzero, napolitano. Cuando voy, Antonio me da una palmada en el hombro y me invita a café y limoncello.