Érase una vez… Prometheus

Los niños no quieren dormirse. La abuela Ridley acaba de acostarlos, pero ellos quieren saber cómo acaba el cuento de la otra noche, el del lobo asesino y la caperucita espacial. La abuela se quita entonces las gafas y suspira. Sabe que sus nietos no dejarán nunca de preguntarle el porqué de esto y aquello. Como todas las noches, toca narrar algo. Aferra lentamente un libro de recetas y, haciéndolo pasar por un relato interminable, comienza a improvisar a partir del tema de siempre: la codicia de hombres poderosos y corruptos fuerza a una mujer pura a luchar contra el mal y derrotarlo.

La abuela, a pesar de estar cansada, tiene un buen repertorio de trucos. Empiezan a desfilar sus títeres clásicos: el caballero sin alma –pero bueno en el fondo-, el rey caído y sin escrúpulos en busca del Grial, la princesa malvada y, por supuesto, la Juana de Arco, que a esos niños les recuerda tanto a su fuerte mamá, que les protege de los malos y les cuida. Para que los niños no se duerman en seguida –a fin de cuentas, una abuela también merece atenciones-, saca también una hueste de personajes sacrificables, y les hace protagonizar muertes inverosímiles, estúpidas. Uno, por ejemplo, se asusta al llegar ante la cueva del lobo y decide volver a casa solo; otro –alma cándida- se acerca a una serpiente de colores para tocarla. Hay un gran valor pedagógico en estas escenas sangrientas.

Conforme va pasando las páginas, la abuela Ridley se toma unas cuantas licencias. Deja preguntas sin responder –les vendrán bien para otra noche- y olvida a algunos personajes por el camino. En algunos momentos avanza, en otros se para, y solo en unas pocas ocasiones consigue emocionar. Pero son ecos del antiguo relato, ese que le enseñaron de pequeña.

Se aproxima la medianoche, y aquí la abuela Ridley se enfrenta a una difícil decisión. Le gustaría terminar la historia de una vez por todas: le da miedo seguir exprimiendo el mismo cuento una y otra vez. Pero sabe que los niños tendrán pesadillas si no acaba con un final feliz. Saca entonces otro as de la manga: justo cuando la virgen guerrera está a punto de perecer, el caballero sin alma se redime y le muestra el camino hacia el Olimpo. La joven Juana, que finalmente ha despertado y madurado, recoge la armadura del caballero y marcha hacia una nueva vida de aventuras. La abuela cierra el libro y sonríe; sus nietos aplauden felices. ¿Y qué si la historia hace aguas? Al fin y al cabo, complacer a su público es un trabajo poco exigente. Dentro de muchos años, el único recuerdo que les quedará a sus nietos de esos relatos será el la dulce voz de su yaya.