¿Qué añade la interactividad a un juego como Dear Esther? ¿Libertad? No; es el viaje dentro de un poema. ¿Una ilusión de complicidad? Quizá. La posibilidad de detenerse en un pasaje, en un detalle, de volver atrás, incluso de cerrar el libro de repente. Esa linealidad compleja tan propia de los libros y tan ajena a los videojuegos.