A Pere le dijeron un día “pon algo en el escaparate”. Y lo hizo: cogió una estantería metálica y la llenó de televisores viejos.
Vistos al pasar, causan ternura. Son cachorros abandonados. Y Pere es el veterinario de esas pantallas silenciosas.
Quizá nadie haya entrado ahí en semanas o meses; a Pere le trae sin cuidado, tiene una misión. Es fácil imaginarlo en su taller, salvando tecnología obsoleta, modelos tan antiguos como el rótulo de la tienda.
Por eso me gustaría entrar y conocerle. Porque el escaparate es un reflejo de su persona, de un hombre que respira ozono y huele a soldador, habla con los condensadores y sonríe al ver la nieve.
No la nieve que cae del cielo, sino la gris, la de canales vacíos.