Amaneceres lentos en andenes desiertos. Sueños aplastados contra la ventanilla. Películas mediocres. Silbidos de puertas neumáticas. Luces crueles. Billetes marchitos. Controladores sonámbulos. Besos furtivos.
Y de repente, la llegada. Es fácil caer en brazos ajenos, rendirse ante ojos sonrientes y una nota de perfume. Cansado y con encima el olor de las millas, acepto morir de inercia. Es un final inofensivo, casi dulce.
Desearía que todo acabara allí, en el gran salón de los bailes caminados. Por favor, apaga esta soledad, llévame contigo. La mano pierde el contacto con la maleta y las rodillas buscan el suelo; encuentran una cama y pesadillas que saben amar.