Limbo

El bochorno se disipa con pereza. Parece aire gastado, el eructo de una ciudad que acaba de cenar salchichas y sandía. Lo respiro feliz mientras pedaleo delante de la casa de mis abuelos.

Es una noche de agosto muy cálida.

La bicicleta es un trasto viejo y chirriante, pero obedece mis órdenes. Salgo desde la plazoleta que cierra la calle. Cuando me aproximo al primer cruce, doy una vuelta. Nunca lo cruzo.

Intuyo que sobre mí hay muchas estrellas, millones, pero no las veo. La Luna es un disco de papel que compite con las lámparas de vapor de mercurio. Iluminan casas que duermen y fábricas muertas.

Me gustan las fábricas, son una presencia familiar. Mientras paso junto a ellas, siento el trabajo que descansa en el interior de esas naves oscuras, cerradas a cal y canto. Son basílicas de uralita, hierro y ladrillos. Entre los matojos de hierba alta, que rompen el cemento de los caminos, sólo hay gatos y saltamontes.

La calle termina en un punto lejano, invisible. Mirarlo me incomoda, así que me ciño al pequeño circuito que parte desde la casa de mis abuelos. Éstos conversan con mis padres y mi hermano, sin prisa alguna. No les presto atención, sigo arando el asfalto con las ruedas de mi bicicleta.

De repente, veo un carro eléctrico. Es una máquina improvisada, un triciclo con una batería de coche conectada a un motor de baja potencia. Su único asiento es una plancha de madera prensada, pero tiene un volante deportivo y dos pedales, y eso basta para picar mi curiosidad. A su lado, mi abuelo, el creador del carro, me mira expectante.

Piso a fondo el acelerador. Aunque el carrito no supera la velocidad de una persona corriendo, estoy encantado. El tacto del volante y el zumbido del motor me reconfortan, me hacen sentir invencible. A esa velocidad, el aire acaricia mi rostro como una brisa suave.

Atravieso otra vez la calle rompiendo los conos de luz blanca. Quiero llegar hasta el final. Mis abuelos gritan advertencias desganadas a mis espaldas, algo sobre la carretera. No sé lo que hay pasado el último cruce: tengo vagas nociones geográficas, fragmentos recolectados desde la ventanilla del coche y poco más. Me atrevo.

El carro prosigue su marcha hacia la oscuridad.