A todos nos gustaría llegar, mirar a nuestras espaldas con una sonrisa cansada mas satisfecha y, con un hilo de voz, susurrar lo logré. Tener un fundido en negro al final de cada día, oir aplausos tras el cierre de un telón que huele a estofa vieja y lágrimas. Poder abrazar a quien se ama pensando que, finalmente, ha arribado la hora del descanso. Y con ella, las certezas, cálidas y seguras como besos al despertar.
Y luego… ¿y luego?
Seguir caminando, seguir hablando, seguir sufriendo y, en los obstáculos, encontrar nuevos objetivos. Aún hay espacio para sueños en este receptáculo frágil y tembloroso. Son mi plegaria nocturna, la que se aferra al acantilado de la conciencia mientras el negro oleaje del cansancio tira de sus tobillos.