Un despacho por la noche, desde la acera, mirando hacia arriba. Incluso sin levantar la cabeza, acercando los ojos al escaparate de alguna sucursal que preste servicios incomprensibles. O al vestíbulo de algún bloque de oficinas. Hay muchos motivos para disfrutar de semejante espectáculo.
Me cautiva el calor que emanan sus luces, tan parecido al de un hogar apagándose. Me acurrucaría allí, en ese nido de moqueta y plástico. Solo, en un despacho, rodeado por fajos desordenados de papeles que dormitan contra cristales tintados.
El final del trabajo, el silencio del descanso obligado.