– Estimada Doña María…
– Exponga su petición, Honorable Don Vicente…
– He resuelto presentarle por duplicado la siguiente declaración de afecto incondicionado. Vigente a partir de un minuto después de su lectura.
Allí, delante de los grandes armarios repletos de archivadores, Vicente (grupo B) le tendió a María (grupo C) un pequeño burofax sellado, compulsado y repleto de anexos. El documento principal era un pequeño billete con un mimo enamorado y prostrado sobre un banco: corazoncitos saliéndole del pecho monocromático, trazo naïf, una composición banal.
– Los recursos destinados a la redacción y composición del presente escrito han supuesto el empleo de la totalidad de fondos de la partida emocional, – añadió él, nervioso.
María se emocionó, dejando caer un dossier. Miró a Vicente a los ojos.
– Su declaración ha sido recibida correctamente. Será procesada con la máxima celeridad, – dijo ella, bajando la mirada. – Dispondrá de hasta diez días hábiles para subsanar errores o adjuntar documentación.
Vicente dio un paso adelante, reduciendo el espacio entre los cuerpos. Tomó las manos de ella.
– Tras un atento escrutinio, vuelvo a solicitar información acerca del estado del trámite.
– Dificultades objetivas impiden por el momento solventar la demora… Sin la preceptiva autorización de las figuras parentales de la interesada…
– A tenor de lo recibido, ¡solicito una respuesta oficial! Y que se haga pública para general conocimiento.
Ella alzó otra vez la mirada, con desconcierto. Retiró sus manos, rompiendo el contacto. Ahora en sus ojos brillaba cierto resentimiento.
– Se recomienda para ello seguir los cauces indicados por el Procedimiento Común de…
– Ruego téngase en cuenta la especial relevancia del caso.
– Contra esta resolución, cabe interponer recurso contencioso-afectivo, – dijo ella, algo molesta. – La solicitud se desestimará transcurridos seis meses… por silencio administrativo, – añadió.
Dicho esto, María se dio la vuelta y se alejó por el pasillo, haciendo resonar los tacones sobre el suelo de terrazo. Vicente se quedó de pie, en el mismo sitio, apretando con fuerza un sello.