A mediados del siglo XX, la extensa red de alerta de los Miaplacidianos había avistado cambios interesantes en el tercer planeta del sistema Sol: los expertos no tardaron mucho en confirmar que la sociedad primate de Sol se estaba aglutinando a escala global en formas de organización sin precedentes. Los destellos de la primitiva energía de fisión eran otro indicio de que los jóvenes terrestres habían descubierto el poder del átomo. No sin condescendencia, el gobierno miaplacidiano envió de inmediato una misión científica para contactar con la nueva sociedad humana.
Fue en ese momento cuando la expedición comenzó a plantearse interrogantes acerca de la mejor forma de contactar con los indígenas. Una facción abogaba por el contacto directo, pero los xenopsicólogos se habían opuesto con tanta vehemencia a la idea que la misión estuvo a punto de abortarse. Si bien el comandante intentó hacer caso omiso de las palabras de estos, se vio obligado a recular tras ver cómo una de las naves de reconocimiento, recién penetrada las capas bajas de la atmósfera terrestre, había sido abatida con armas cinéticas por algunos cazadores y – con cierto salvajismo, exhibida en un mercado tribal cual presa grotesca.
Era obvio que la comunicación debía establecerse por otras vías.
Los sentidos de los miaplacidianos se limitaban a la visión infrarroja y al tacto. Al percatarse de que los humanos utilizaban la vibración y el desplazamiento del aire para comunicar, entraron en una fuerte depresión. Aún si hubiesen conseguido reproducir esa clase de ondas complejas, descifrar la semántica de los mensajes les habría costado lo suyo: la composición del planeta y los sistemas de referencia dejaron desorientadas a las mentes miaplacidianas, que carecían por completo de nociones lingüísticas avanzadas. Habían podido constatar, a través de observaciones delicadas, que los humanos empleaban también códigos visuales de alta resolución, accesibles únicamente en objetos pequeños y fibrosos, dotados de láminas grabadas. Mas la directiva de no-contacto hacía casi imposible acercarse y retirar uno de los artefactos para su estudio.
Por suerte la actividad electromagnética del planeta era cada vez más intensa. Los miaplacidianos descubrieron varios tipos de modulaciones analógicas. Algunas de ellas, procesadas, no parecían más que señales con algún tipo de patrón regular. Gran parte de ese tipo de transmisiones guardaba parecido con la manipulación de aire que los humanos utilizaban para relacionarse entre ellos. Otras señales, más ricas, constaban también de lo que parecía una representación bidimensional de objetos terrestres. Los ojos miaplacidianos encontraron extraordinariamente complejas y exóticas esas representaciones, y sacudieron su racimo de ojos al hallarse ante un flujo de información caótico y sólo en apariencia causal, donde la vibración del aire – el sonido – era parte integrante del todo. Sólo hallaron cierto alivio con los telediarios para sordos – uno de los pocos programas que seguían una estructura narrativa asequible.
A pesar de todo, el problema comunicativo persistía.
Tras amplias dificultades iniciales, la expedición intentó insertar mensajes propios en el sistema de comunicación terrestre, sin éxito. Se quedaron conmocionados cuando en sus estaciones de recepción asistieron a lo que podría clasificarse como una primera “respuesta”. Una escenificación dramática muy confusa mostraba una familia terrícola agitada por las señales miaplacidianas, emitidas por un tubo catódico. Los científicos se mesaron los codos ante las emociones inexplicables de los terrícolas y su capacidad de confabulación, que asociaba al mensaje miaplacidiano una serie de inquietantes atributos como el desplazamiento de objetos, emisiones fotónicas de gran intensidad y otras acciones de tinte predatorio. Según pudieron ver en representaciones pictóricas, la respuesta terrestre era acompañada por la cadena de símbolos “Poltergeist”. Colas de terrícolas se amasaban en salas oscuras para revisar esa misma respuesta histérica.
La expedición estaba a punto de declarar su fracaso cuando apareció una nueva forma de comunicación. Ésta, a diferencia de las otras, se basaba en una lógica bi-estado y representaciones digitales. Complacidos por el suceso, los miaplacidianos comenzaron a amasar los datos, que crecían muy despacio en una red que podía tildarse de experimental. Dos décadas después de iniciar el contacto, el sistema digital terrestre había roto diques, y se extendía exponencialmente por el planeta a través de la interconexión de organismos de silicio controlados por humanos. La expedición se limitó a acumular y analizar los registros simbólicos producidos por esa forma de ganadería: eran muy ricos y diversos, y muchas culturas terrestres parecían pugnar por la supremacía. Decidieron entonces esperar otro puñado de órbitas solares para poder sacar conclusiones: el resultado final podía valer la pena, y el alto mando de Beta Carinae había dado su aprobación al proyecto.
Extrajeron cadenas de símbolos que se repetían a menudo. En cuanto consiguieron hacerse con el control de subestaciones de comunicación terrestre a través de código polimórfico, repitieron patrones y mensajes frecuentes con sutiles indicaciones de su propia existencia. El objetivo principal, habían subrayado los humanólogos de la misión, era comprobar la reacción de los terrícolas a los mensajes, para poder establecer un catálogo de cadenas estímulo-respuesta efectivo, y así plantearse el paso a un contacto más incisivo.
Al principio los humanos parecían contestar los mensajes con respuestas más o menos complejas, que contenían palabras estándar y símbolos interrogantes. Los miaplacidianos, entusiastas, redoblaron esfuerzos. Al mismo tiempo notaron, vigilando el flujo global de transmisiones, que algunos terrícolas les emulaban y transmitían versiones ligeramente distintas de los mensajes miaplacidianos. Eso dio lugar a un estimulante debate entre los miembros de la expedición: ¿se trataba de una mera mímesis o realmente los terrícolas intentaban explicar y divulgar a sus símiles el saludo exterior? Era difícil de decir. Lo único que podía hacerse era seguir reproduciendo el mensaje a través de los protocolos digitales, que iban enriqueciéndose y refinándose para deleite de los criptólogos de Beta Carinae.
Después de unos años, sin embargo, se presentaron los primeros síntomas de que algo iba mal.
Los terrestres habían empezado a interceptar y eliminar no sólo el código polimórfico alienígena, sino también los mismos mensajes inofensivos. No estaba claro si los terrestres hacían eso para proteger sus recursos de transmisión o, por otro lado, habían desarrollado cierto recelo a los mensajes. La situación empeoró rápidamente cuando los terrícolas adoptaron sofisticados sistemas de bloqueo de mensajes y agredieron a algunas de las redes ganaderas que repetían los símbolos miaplacidianos. En opinión de los xenopsicólogos, la mayoría de terrestres estaba intencionada a alejar la idea de un contacto, y no sólo bloqueaba los mensajes, sino que también aplicaba el mismo rasero a los humanos y a los organismos de silicio “colaboracionistas”, que se volvían de repente “mudos”. Los terrícolas inventaban nuevas tácticas para evitar que los mensajes se almacenaran en las criaturas de silicio; los alienígenas, por su parte, respondían con ardor misionero, multiplicando esfuerzos y maquinando con gusto nuevas señales que superasen los filtros y los cortafuegos humanos.
Sorprendentemente, esta guerra de desgaste entre el ostracismo terrícola y el bombardeo digital de los miaplacidianos – que parecía aumentar de escala pero no de calidad – iba a concluir. Un técnico de la expedición, bendecido por un intelecto brillante, dio con un sistema para saturar de cuajo – y en paralelo – todos los sistemas de comunicación terrestres. Esta maniobra extrema, que tan sólo unos años antes habría parecido fruto de la mente de un sádico, le pareció al alto mando mucho más apetecible. Todo tubo catódico, membrana acústica y organismo de silicio del planeta habría recibido y mostrado el mensaje de paz de los emisarios de Beta Carinae. Era la última carta, y los miaplacidianos iban a jugarla por la desesperación causada por décadas de intentos tímidos e infructuosos. Los terrestres no iban a poder ignorar ese ultimátum.
A las 12:00 horas GMT del día 28 de Enero de 2009, las estaciones orbitales miaplacidianas emitieron un impulso potentísimo que cubrió el 98% de la superficie terrestre. En radios, televisiones y ordenadores de todo el mundo se reprodujo un único y claro mensaje, una serie de palabras que iban a alterar para siempre el curso de la historia humana. Fueron las siguientes:
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