Que en lenguaje náutico viene a significar la ausencia casi total de vientos, la quietud del aire. Es una buena forma de describir el estado actual de mi blog, que se halla a la deriva desde hace semanas por motivos diversos.
Algunos de ellos tienen que ver con la vida real, por supuesto. Una mudanza, el trabajo, el comienzo de una segunda carrera, y otros eventos que sólo pueden comentarse en privado. La vida real me “roba” bastante tiempo. Y es mucho mejor que así sea. De las cuatro puñeteras vicisitudes que ocurren en el ciberespacio no queda nada, como debe ser. Pequeñeces electromagnéticas. Gilipolleces.
El otro motivo, pero no estoy seguro, tiene que ver con mi evolución personal. No soy la misma persona que escribía aquí hace unos años, para bien o para mal. Eso me hace reconsiderar el propósito del blog. Ha perdido gran parte de su función de diario personal, y también gran parte del contenido de opinión. A lo mejor se trata de apatía por mi parte, no lo sé. Sigo teniendo opiniones, obviamente. Algunas creo incluso que se podrían compartir. Pero no tengo ganas.
Por otro lado, tampoco sé hasta qué punto vale la pena que me siga esforzando para engendrar narrativa breve – la cual cuesta horrores de parir. Para que la vea luego plagiada en foros, prefiero dejarla en el disco duro. Así que, ¿qué queda? ¿Noticias? ¿Repetir como un loro lo que ya dicen los medios de comunicación? ¿Bla bla bla? Más verborrea y ruido no, gracias.
Voy a darme un garbeo por ahí. No cierro el blog: los blogs no se cierran, se dejan arder lentamente, como carbones. Si necesitáis algo, a la derecha hay una plétora de formas de contacto. Creo que sólo faltan el palomo mensajero y las señales de humo.
Arrivederci!