Estoy de mudanza.
Ocurre cada cuatro, cinco años (en italiano, ogni morto di Papa). Pues bien, en tales ocasiones siempre tengo la oportunidad de hablar con Scruffy, el grumo de polvo auto-consciente que ha crecido – más bien se ha depositado – detrás de una estantería, a salvo del mundanal ruido y de la aspiradora, aguardando en silencio la venida de algún elegido (un ácaro, por ejemplo).
Me siento en el suelo y Scruffy se queda allí, paciente, a mirarme con sus dos botones perdidos mientras juguetea con una uña cortada o un hilo de lana. De repente veo animarse a esa masa informe y grisácea de pelusa, virutas y otras cosas que es mejor no mentar, y me animo a darle un poco de conversación ligera.
– ¿Passa Scruffy? -, le pregunto.
– Eh.
– ¿Que cómo te va?
– Ecco, no sabría decirte -, contesta, lanzando un resoplido que por poco no lo descompone. No es que sea gris: es un tono grisáceo del gris. Un no-color.
– ¿Sabes? Voy a mudarme -, le confieso con tono dulce y comprensivo, bajando la mirada.
– Es curioso. Los pececillos de plata tenían una profecía al respecto. Me han dicho que me re-encarnaré.
– Re-empolvarás.
– Sí, bueno, en sentido figurado, ya sabes. Toda esa mierda hay tomarla con pinzas.
– Con la escoba. O con un paño anti-estático.
– Me refería a las profecías -, dice agitando una miga de pan petrificada.
– Ah.
– …
– …
– No somos sino polvo – suelta él, de improviso. El derrotero que está tomando la conversación no me gusta. Demasiado francés.
– Algunos más que otros – contesto nervioso. Mis uñas están dejando marcas en la bayeta, todavía húmeda. Scruffy la ve, pero no dice nada, estóico. Intuye su destino.
– Fabrizio, ¿puedo hacerte una pregunta?
– Claro, adelante -, contesto sonriendo. Me brillan los ojos por la emoción.
– Yo… ¿soñaré?
Bajo la mano con un gesto raudo, aplastando a Scruffy con la Vileda amarilla. El pequeño partisano de la suciedad cesa, por así decirlo, su sedimentaria y fluctuante existencia.
Pero se re-encarnará, y eso me tranquiliza. Polvo fue y polvo volverá a ser. La rueda del karma y la suciedad siempre hicieron buenas migas.