He estado casi dos semanas analizando sin piedad unos datos fruto de tres meses de intenso trabajo. Dándole vueltas a la matriz, buscando relaciones, indicadores significativos. Dando auténticos cabezazos, en suma, contra la pared. La frustración elevándose, tomando cuerpo. Y mi ansiedad trepando por la espalda como un mono.
Pero, por suerte, la incubación de los problemas existe, y funciona.
Ha sido acordarse de un pequeño detalle – anoche, en el tren camino a casa – y todo ha dado un giro radical. Tras maldecirme por no usar más a menudo una vulgar libretita, he visto de repente el sentido de los celdillas. Con el corazón palpitando a 120ppm he repetido los análisis. Y han salido – finalmente – bien.
Hacía tiempo que no sentía semejante orgasmo intelectual. Y pueda que no sea para tanto, lo admito; sin duda exagero en la trascendencia del asunto. Pero son estos momentos los que me recuerdan por qué me he metido en el mundo de la investigación. Ya habrá tiempo para volver a rumiar y a padecer la Ley de Murphy. Ahora toca celebrarlo.
Mientras me dure la euforia, al menos.