Erich Heinz Kartoffel – también conocido como “Kraut” por sus colegas de la Universidad de Tubinga, fue uno de los máximos representantes del movimiento Absencialista, una de las corrientes filosóficas más importantes del siglo XX, y también del XXI. Con un poco de suerte sus divagaciones llegarán intactas hasta el XXIII, quién sabe.
Después de unos estudios en teología, Kartoffel se doctoró en filosofía teniendo como maestro al ínclito Hans Gargamel, filósofo de la Sospecha y gran frecuentador de burdeles. La tesis de Kartoffel versó sobre “El lenguaje y la borrachera existencial”, y recibió votación máxima unánime en la cervecería Albertus, en Frankfurt, sede de la gran escuela homónima de bebedores filosóficos.
Durante la guerra se mudó a Suiza. Aunque jamás expresara simpatía por el régimen nazi, fue muy criticado por haber dicho en una ocasión que los bigotitos de Hitler eran muy monos (afirmación que jamás quiso justificar). Aquí vivió hasta finales de los 50, rodeado por un ambiente cultural boyante, gracias al cual trabó amistad con el famoso pintor Ivan Roprovich Lazlo. Fue en esta época cuando Kartoffel escribió su primer tomo, “Paralipómenos del Ser y el Beber”, que fue traducido al esperanto dos años después.
En esta primera obra, que refleja fielmente el pensamiento del “primer Kartoffel”, se explica la diferencia básica entre el ser, el devenir y el caer borrachos. Conceptos como el “ser-ahí” (Dasein), el “ser-para-la-cervercería” (Pilzen) o el manido “ser-pacá” (Achtung) son los pilares sobre los que se sostiene la critica a una sociedad demasiado anclada en ideas metafísicas y abstemias. Los 147 aforismos que componen la obra se organizan según un esquema de lógica-formal-alcohólica sin precedentes.
Más tarde, terminada la guerra, Kartoffel se transfirió a Harvard, donde se le ofreció la cátedra Johnnie Walker de Filosofía Etílica. El “segundo Kartoffel” se fue distanciando más y más de sus antiguas posiciones, refugiándose en la poesía y el misticismo dionisíaco; tanto es así que, en 1968, fundó la primera enoteca de Harvard. La publicación posterior de una de sus obras más importantes, “Tratado contra yo mismo”, causó una gran conmoción en su comunidad de vecinos, y supuso un importante “giro copernicano” gracias al cual cohortes de profesores de filosofía pudieron comer durante décadas. Esta maniobra intelectual atrevida le costó a Kartoffel la expulsión del Partido Comunista Burgués, y también el carnet de la biblioteca local.
Kartoffel murió de cirrosis hepática en 1974, mientras preparaba los borradores para su último simposio, titulado “La Muerte no me da miedo, pero sí me toca los huevos”.