Patágoras y Kallistus, maestro y discípulo, caminaban a lo largo de la senda que conducía hasta la llanura occidental de la isla . El páramo que los rodeaba, poblado de arbustos y matas resecas, escondía apenas los restos de yelmos rotos, escudos partidos, y espadas quebradas hace mucho tiempo, oxidadas y cubiertas por el musgo, reliquias inservibles de alguna antigua batalla. Semejante visión inquietó sobremanera a Kallistus, que con su paso rápido y nervioso había dado alcance a su maestro, para preguntarle.
– Maestro…
– Dime Kallistus, ¿qué te pasa? – preguntó el anciano.
– ¿Qué es un héroe?
Patágoras paró unos instantes, y Kallistus no sabía si su maestro hacía tal cosa para recuperar el aliento o simplemente para reflexionar.
– Depende. Para algunos es un cretino sin instinto de supervivencia. Para otros, la persona necesaria en el momento adecuado. También hay quien opina que los héroes no son humanos, sino dioses, y que únicamente personas de gran virtud pueden merecer ese apelativo. O que el verdadero héroe es tal sólo si puede cometer hazañas que todos recuerden, como Hércules.
– ¿Y tú, maestro, qué opinas? – preguntó Kallistus, deseoso de conocer el punto de vista de su maestro.
– El héroe es aquél que resiste – contestó Patágoras, mientras reanudaba la marcha.
Kallistus asintió lentamente, mentras ambos se alejaban por el camino desierto.