Máquinas de la Verdad Mentirosas

Uno de los sueños de la criminología forense ha sido, durante mucho tiempo, tener a mano unas pruebas científicas e infalibles para decidir la culpabilidad de un sospechoso. Parte del pensamiento mítico que se oculta detrás de este deseo consiste la idea de que la ciencia es infalible y todo lo resuelve como si fuera magia.

Lo cual, obviamente, no es cierto: la ciencia siempre tiene pequeños errores estadísticos en todas sus manifestaciones, y pensar que no comete errores es infantil y altamente nocivo. La ciencia no es perfecta, ni mucho menos, pero es lo mejor que tenemos hoy en día, funciona, y cualquiera puede reproducir sus pruebas. Ahora bien, muchos jueces piensan quizá que trastos chungos como la Máquina de la Verdad (nombre poético que viene a ser sinónimo de polígrafo), pueden ser la solución rápida al problema de la toma de decisiones referente a la culpabilidad de un presunto criminal.

En realidad, la mayoría de sistemas que se usan hoy en día son una nueva versión de la ordalía antigua.

La “máquina de la verdad” no es más que un polígrafo, esto es, un aparato que detecta, amplifica y registra sobre un rollo de papel térmico (o en la pantalla de un ordenador) datos psicofisiológicos como la tasa cardiaca, la presión sistólica, la conductancia de la piel y la respiración. La psicología fisiológica cuenta con una sólida y fecunda tradición científica, que se remonta al siglo XIX.

Sobre este prestigio se basan los defensores del polígrafo, proponiendo la teoría de que es posible comprobar la sinceridad de un sujeto a partir de los datos fisiológicos: si el sujeto se activa mucho después de una pregunta, es muy posible que esté mintiendo, puesto que la mentira es precedida por un nivel muy alto de activación / estrés. Sin embargo, la prueba no es tan fiable como parece. Javier Armentia escribió al respecto hace no mucho, y pueden leerse datos muy interesantes en AntiPolyGraph.org y en este completísimo informe de la National Academy Press. La conclusión de este último estudio es la siguiente:

Almost a century of research in scientific psychology and physiology provides little basis for the expectation that a polygraph test could have extremely high accuracy. The physiological responses measured by the polygraph are not uniquely related to deception. That is, the responses measured by the polygraph do not all reflect a single underlying process: a variety of psychological and physiological processes, including some that can be consciously controlled, can affect polygraph measures and test

Lo que se viene a decir, en idioma cervantino, es que las respuestas psicofisiológicas son bichos raros, que hay que tratar con circunspección y prudencia. Ya de por sí los sistemas de medición, a pesar de perfeccionarse constantemente, tienen sus fallos (son los conocidos artefactos con los cuales un investigador debe entablar lucha cada vez que revisa los datos). La variabilidad individual en las reacciones del organismo es abrumadora (se llama personalidad), y no podemos asegurar que un ser humano X sude igual que el sujeto Y, o respire más rápido ante una situación dada. Los teóricos de la máquina de la verdad parten de un dato que, en sí mismo, es ambiguo, y que puede únicamente interpretarse de forma indirecta: los seres humanos reaccionamos ante estímulos.

Hasta aquí el aserto es transparente y sencillísimo: percibimos algo que nos inquieta y nuestro cuerpo nos activa. Es una respuesta totalmente normal. Lo que complica el asunto es que las respuestas fisiológicas carecen de un contenido semántico explícito. Son opacas a nuestras preguntas, y no son causadas por un único fenómeno psicológico u orgánico subyacente, sino que se originan, la gran mayoría de veces, de muchos factores en interacción. Tomemos, por ejemplo, la tasa cardiaca: tener elevadas pulsaciones en un momento dado puede deberse a sentimientos tan dispares como la ira, la tristeza, la alegría o el miedo.

Sólo preguntando al sujeto podemos intuir a medias qué es lo que puede haber producido esa súbita elevación en las pulsaciones. Por eso la máquina de la verdad no es fiable: nuestra reacción a una pregunta puede deberse a que esta es ofensiva, o que es demasiado arriesgado, o sencillamente tememos meter la pata. La ansiedad por ejecución que se experimenta en un contexto de peritaje forense es sin duda elevada: en ese caso, a pesar de tener líneas de base en los registros, no podemos saber a ciencia cierta qué es lo que mueve el brazo metálico del polígrafo.

Es como suponer que un coche tiene intención de ir adelante o atrás únicamente escuchando el sonido de su motor encendiéndose. El coche se enciende, y es seguro que irá en un sentido u otro; pero en qué sentido irá, no lo sabemos. Es un dato que no está incluido en la situación.

Los sueños científicos de la criminología, sin embargo, no paran aquí (el espíritu de Cesare Lombroso, al parecer, sigue vivo). En Google News he topado con una noticia cuanto menos impactante: “Crece una polémica tecnología capaz de ‘leer el cerebro’“. Antes de seguir comentando la noticia voy a explicar una cosita. El cerebro no se “lee”, sino que se estudia; utilizando una metáfora atrevida, es como si fuéramos una tribu del Borneo intentando comprender cómo funciona un coche: sabemos para qué sirven más o menos las ruedas, los cristales, los asientos, etcétera, pero tenemos ideas muy vagas de cómo se conduce, qué tipo de gasolina hace falta, o qué aditivos hacen que el vehículo funcione mejor o peor. No hablemos ya de construir un motor (I.A.): lo único parecido que sabemos construir es un carrito de la compra del Alcampo. Y ahora leamos un extracto de la noticia:

 

El sistema ha sido desarrollado por el laboratorio Brain Fingerprinting Laboratories, Inc. de Seattle, Estados Unidos, bajo la dirección del Dr. Lawrence Farwell, un neurocientífico nacido en esa ciudad [?]que asegura que un test de este tipo puede ayudar a las autoridades �a determinar la verdad en relación a un crimen o un acto terrorista detectando información almacenada en el cerebro�. Nada más oportuno en la Norteamérica post 11-S.

¿Cómo actúa? Se le muestran a un sospechoso escenas de un asesinato o atentado para detectar si le resultan familiares. A través de unos sensores se captan las ondas cerebrales que se producen frente al estímulo de las fotos y un amplificador conectado a una computadora que utiliza un software específico interpreta la reacción del acusado.

Bueno, nos hallamos ante una versión algo más sofisticada del polígrafo, que es la electroencefalografía (o EEG). Consiste en algo muy sencillo: se aplican electrodos al cuero cabelludo y se registra, tras una previa amplificación, la actividad micro-eléctrica del cerebro, resultante de la actividad de millones de axones despolarizados mediante mecanismos de ósmosis para propagar impulsos nerviosos (para una explicación de como funciona la cosa húmeda, ver aquí, y aquí). La actividad eléctrica se representa mediante el típico diagrama de ondas; como todos sabéis, toda onda se distingue por los parámetros de frecuencia, amplitud y forma. La electroencefalografía no sería particularmente excitante si no fuera por los potenciales evocados, que son cambios en el patrón base de actividad, a partir de estímulos (normalmente visuales), que se presentan al sujeto.

Vale, cuando me enrollo puedo ser un gran pelma.

Pero es que nuestro amigo Farwell, simpático investigador que no publica ya nada apreciable desde 1993, y que se dedica ahora al peritaje semi-cinematográfico con sus cacharros, afirma que “el brain fingerprinting no tiene nada ver con las emociones […] simplemente detecta científicamente si una persona está diciendo o no la verdad”. Pronto usará este sistema en el caso de un condenado a muerte en Okhlahoma, Jimmi Ray Slaughter. Si yo fuera Farwell, probaría un poco más el sistema antes de usarlo para algo tan delicado, puesto que lo más probable es que sea muy poco fiable.

Para empezar, afirmar que el EEG no tiene que ver con las emociones es una sandez, y él lo sabe – o eso espero. Usar el viejo truco cartesiano de las “emociones sucias” para promocionar un sistema de “razón pura” ya no es una excusa válida. Sobre la detección de la verdad, eso tampoco es cierto: la presencia del potencial evocado P300 no supone nada. Se descubrió en 1964 y se asocia normalmente con respuestas de orientación y sorpresa. Por ejemplo, cuando oímos sonar el teléfono. Puede que una pregunta pille desprevenida a una persona, y esto sea suficiente para causar un P300; o que un sujeto dotado de gran imaginación se ponga a tantear en su cerebro imágenes mentales muy parecidas a las del crimen. Puede incluso que haber presenciado el crimen, pero no haber sido el ejecutor, sea suficiente para desencadenar un potencial evocado MERMER (como él lo llama, el muy bromista).

¿Es eso una evidencia suficiente como para meter en la cárcel a alguien? Mi respuesta es no. Es mejor el viejo método Sherlock Holmes.