Las dos figuras se miraron en silencio, bajo la sombra de un pequeño olivo que los amparaba de la luz solar. El primero era un hombre anciano, y la barba grisácea delataba su avanzada edad. El segundo era su joven discípulo. Este se puso a hablar de repente, sacando al maestro de sus meditaciones.
– Bueno, supongamos que algún día llegáramos a conocer todos los secretos de este Universo. Supongamos, maestro, que consiguiéramos la omniscencia, y que supiéramos cómo se originó el cosmos, y cómo terminará. Que todo fuera conocido, en pocas palabras.
– Eso, en mi opinión, es absurdo. Yo creo que el conocimiento completo es imposible. No podemos entender completamente el sistema si estamos dentro de él. Y estar fuera del mismo es inconcebible, porque ello implicaría otro sistema más grande o independiente.
– ¿Estás seguro de ello? ¿Acaso no comprendemos el funcionamiento de nuestro cuerpo? Y sin embargo, nosotros somos nuestro cuerpo. No hay nada que impida llegar al conocimiento completo. Nuestra mente puede abarcarlo todo, si se le da tiempo y las herramientas necesarias.
– Tu metáfora es discutible, Kallistus. Pero, por un momento, la daré por buena, y exploraré sus implicaciones. Un poco de especulación nunca viene mal, mantiene el cerebro despierto. Volvamos a plantear la situación inicial: la completa omnisciencia. Sea ella posible o no.
– Exacto Patágoras.
Los filósofos rompieron la conversación con algunos instantes de silencio. Patágoras tomó una pequeña aceituna y se la comió. Escupió el hueso negruzco al suelo. Lo señaló con un dedo artrítico bajo la atenta mirada de Kallistus.
– Esa aceituna era buena mientras la estaba masticando. Ahora no es más que un hueso inútil.
– ¿Qué pretendes decir con esto?
– ¿No lo ves por tí mismo? Tú me hablas de una condición de omnisciencia, en la que todo misterio se ha por fin resuelto. Es absurdo vivir una vida semejante, o seguir con ella. No hay nada a lo que aplicar el pensamiento. Todo está dado.
– Explícate. Todavía no consigo entender por donde van tus frases.
– Que el saber tiene sentido mientras sea algo dinámico, esto es, mientras podamos desentrañar el ovillo del conocimiento una y otra vez. El saber estático obliga a la ignorancia, al olvido o a la mera repetición. Así el pensamiento muere, porque ya no resulta útil.
– No lo veo así. Si fuera omnisciente sería el ente más completo del Universo. El más dichoso y afortunado. Sería como Dios.
– Serías el más desesperado. ¿Acaso olvidas que el gran Alejandro Magno lloró porque sólo había un mundo que conquistar? Necesitamos el misterio, Kallistus. Necesitamos estar siempre buscando la Verdad. Es la búsqueda lo que llena el corazón de hombres y mujeres, y no la conquista.
– ¿Me estás diciendo que es mejor la duda perpetua que la certeza completa? ¿No está eso en contra del principio de placer?
– ¿Cómo puedes disfrutar de algo si ya conoces de antemano su resultado? El placer consiste en el azar y en lo imprevisto, y en poner soluciones a los problemas cotidianos que surjan ante nosotros. Si uno todo lo sabe, ¿qué problemas puede tener? Y en consecuencia, ¿qué felicidad puede obtener de la vida?
– Así pues, el conocimiento completo, de ser posible, no es deseable. Pero entonces, ¿por qué lo perseguimos?
– ¿Tienes algo mejor que hacer?
Kallistus se quedó un buen rato callado.
– La verdad es que no.
– Bueno, entonces sigamos en ello.
Dicho esto, Patágoras se levantó y empezó a caminar hacia la biblioteca, cojeando. Kallistus le seguía de cerca, masticando alegremente una aceituna.