La muerte siempre constituye un momento de reflexión. Pero, a veces, no produce el tipo de reflexión que esperábamos. Me explico.
Al enterarme de la muerte de Copito de nieve, el célebre gorila blanco del zoo de Barcelona, me puse a leer las noticias acerca del suceso. Resulta que le incinerarán. Hubiesen podido disecarle, o momificarle, como a Lenin o a las docenas de momias egipcias que se han descubierto. Por otro lado, sí conservarán partes de su cuerpo que puedan ser relevantes para la ciencia, algo que se ha convertido, desde hace unos siglos, en habitual: tenemos, entre otros, el Visual Human Project, o la conservación de cerebros y cráneos de personas eminentes, como los sesos de Albert Einstein. Resulta que cada civilización tiene sus modas en lo que a manejo de cadáveres se refiere.
Tenemos, por ejemplo, la cremación, que consiste en quemar un cuerpo a una temperatura variable entre 760 y 1150 grados centígrados, hasta obtener cenizas que constituyen el 5% de la masa corporal. Casi todas las religiones lo permiten hoy en día. Hasta 1963, la religión católica lo prohibía. Religiones que siguen prohibiéndolo son el Islam, los distintos credos ortodoxos, y el Zoroastrismo (me extraña pues que Freddie Mercury fuera incinerado). Últimamente está de moda lanzar las cenizas al espacio.
Las leyendas afirman que los esquimales piden que se deje su cuerpo en el pack, para que los osos lo puedan devorar, pero no he podido comprobar si es un mito o es algo con fundamento (lo cierto es que beneficia al ecosistema). La mayoría de los occidentales intentan preservar al cuerpo. Hoy en día, para evitar el truculento proceso de momificación, se prefiere la hibernación; es lo que hace la compañía Alcor, que se dedica desde hace años a congelar en nitrógeno líquido cuerpos y cabezas por tarifas que parten de los 50.000 dólares para el cerebro hasta llegar a los 150.000 para todo el cuerpo. Supongo que luego los descongelarán con el micro-ondas, no lo sé.
Luego está el entierro. Y la industria que orbita alrededor de todo este mundillo es rica y peculiar. La Empresa Mixta de Servicios Funerarios de Madrid, por ejemplo, edita una revista para el sector que se llama “Adiós“. En su web podemos leer las bases del “IV Concurso de Tanatocuentos”, lo cual me hace pensar que trabajar en una funeraria conlleva desarrollar un sentido del humor y de la vida un tanto “especiales” (por decir algo). Es indudable, por otro lado, de que se trata de un negocio gordo: según un estudio de la OCU, “morirse en España cuesta una media de 2300 euros“. Veámoslo con algo más de detalle:
El análisis presentado hoy por la Organización de Consumidores y Usuarios señala que, tras la liberalización del sector en 1996, todavía existen situaciones de monopolio de hecho en ciudades como Barcelona, Tarragona y Palma de Mallorca y las tarifas han registrado un incremento de un 55%. […]
El coste medio de un servicio funerario básico, incluidos traslados, gestiones, féretro, tanatorio y corona de flores con inhumación en un nicho temporal, asciende a una media de 2.297 euros, mientras la incineración cuesta 2.269, según el estudio.
¿Queréis algo todavía más espeluznante? En este enlace están las tarifas del cementerio de Granada: una “Imagen Bronce Virgen de las Angustias” cuesta 160 euros, un “Espacio de culto” unos 21 euros, y la inhumación en tumba, 267. En muchos casos, las funerarias se aprovechan de la situación para vender algo “esencial” a precios muy altos. Incluso existen ataúdes ecológicos (!), como los que fabrica la empresa Restbox.
Encuentro paradójico que se gaste más dinero con los muertos que con los vivos, pero en fin, los muertos nunca se han quejado. Por ahora.