No me gusta mostrar mi lado místico, por una razón fundamental: la gente no lo comprende. Y eso, que lo sepa el lector, le ocurre a todos los místicos; es normal. La incomprensión, el quedarse en la superficie, el no querer iniciar un proceso hermenéutico, la voluntad de quedarse fuera, porque lo que hay dentro molesta… porque lo interior nos mira. Esa mirada es difícil de soportar, y yo lo comprendo.
Bien lo saben los hermanos Wachowski, que han tenido que inocular un mensaje profundo en una película con afán taquillero. La gran mayoría de review que he leído se paran en los aspectos formales de la película. Dentro de lo que cabe, exceptuando la intervención de algunos cretinos, les doy toda la razón. Formalmente hablando, la película es bastante mediocre. Y ahora, quien no quiera leer mi ida de olla, que se vaya.
Tenemos un mensaje. Y el mensaje es sencillísimo. Partíamos en The Matrix con la revelación. Llegábamos a Reloaded con la Duda (el gran interrogante). Y finalmente, con Revolutions, obtenemos la imagen final, aun ahogada en toneladas de efectos especiales palomiteros y un formato caótico. Se puede resumir en una frase:
Omnia Vincit Amor
El amor todo lo vence. Desde el principio hasta el final, la película es una recopilación de actos de amor, y el amor muestra aquí las facetas más extremas, las del sacrificio – lo único que puede vencer la lógica de una máquina (bien lo sabía Kasparov cuando derrotó a Deep Blue). El amor y el sacrificio son lo que empujan a Trinity a seguir a Neo, y a morir por él. El amor es lo que genera el cambio, encarnado en el Oráculo y en Sati. El amor es lo que Persefone busca y no encuentra, lo que el Merovingio ha olvidado hace mucho tiempo, lo que empuja los sionitas a resistir y luchar. Es el amor lo que derrota finalmente a Smith.
No es con la fuerza de los puños que Neo gana su batalla, sino a través de la entrega. Si Neo hubiera abrazado a Smith, hubiese quedado más claro todavía. Smith es la duda, es la desesperación del ser humano ante la vida. Smith busca el propósito, la salida, el sentido de la existencia. Lo busca en Neo, en sí mismo, en su reflejo-en-el-espejo. ¿Por qué, Mr. Anderson?, se pregunta. Y Neo contestará, dejándose absorber, dejándose derrotar en apariencia, “ofreciendo la mejilla”. Lo que viene después pertenece a un desenlace previsible: Smith encuentra la respuesta, y desaparece.
Si volvemos a la forma, tenemos el virus que desvela su fingerprint cayendo en la trampa de Neo. Tenemos la paz entre hombres y máquinas, cuyos detalles logísticos no se revelan. Tenemos Neo llevado sobre un barco fúnebre como el Rey Arturo, y una impresionante mezcla de raíces culturales. Es un melting-pot que tal vez no sea fácil de digerir. Con menos efectos especiales, la película hubiera sido más accesible, y la gente a mi lado, en el cine, no se hubiera quedado dormida. Teniendo en cuenta las exigencias comerciales y estéticas, los Wachowski nos han regalado una hermosa fábula moderna.
Los que quieran quedarse con los FX, que se queden con ellos. Los demás, empiecen a bucear en el guión: hallarán perlas.