La libertad es una sensación. A veces puede alcanzarse encerrado en una jaula, como un pájaro – Camilo José Cela
¿Qué es la libertad? ¿Qué entendemos por libertad? La definición del Diccionario de la Real Academia se queda, como siempre, en el limbo de la vaguedad: Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.. El hombre puede obrar y no obrar, pero también la máquina puede hacerlo, y no decimos de una máquina que es libre. En cuanto a la responsabilidad, es una percepción subjetiva, y ocurre muy a menudo que atribuyamos responsabilidades a objetos inanimados y mecanismos. En este sentido, responsabilidad no es más que estar inmiscuido en la cadena de sucesos causales, un subrogado de aquella responsabilidad moral a la que hace referencia el diccionario.
El concepto de libertad depende ante todo de quien lo piense; de la epistemología personal de cada uno, del sustrato cultural, de la visión del mundo, de su religiosidad (si la hay), de su forma de interpretar las acciones. El gran problema del determinismo causal y de la libertad, es inevitable: si el universo obedece a una serie de reglas inmutables y perfectas, todo es teóricamente previsible, y nada es el fruto de una elección personal. La elección personal no sería más que una ilusión – otra vez subjetiva – de control. Parece ser, entonces, que la libertad únicamente existe como condición psicológica. No es, obviamente, una sustancia. Pero tampoco es una condición física, ni un estado concreto de algo que se manifieste más allá de nuestra mente (entendiendo por “mente” aquella serie de procesos concientes que emergen de la arquitectura cerebral).
Algunos dicen que la libertad reside en el azar, en lo infinitesimal, en la “complejidad” (palabra de moda), en el caos, en lo cuántico. ¿Es la libertad equivalente al error? ¿Somos libres porque exista la imperfección, la entropía, la degeneración estocástica de todo lo que nos rodea? Tal vez, siguiendo la línea de un empirismo hard, la ilusión verdadera no sea la libertad, sino el determinismo, la causalidad misma, que nuestros cerebros procesan con la misma facilidad con la cual percibimos las cuatro dimensiones clásicas. Aun eliminando el determinismo clásico, no resolvemos el problema. En un universo en el que las reglas son fuzzy, y en donde el error convive con la certeza, las cosas empeoran: las acciones “libres”, determinadas por sucesos anteriores, son ahora muy difíciles de prever.
Lo que sí es indudable, en mi inmodesta opinión, es el peso psicológico de la “libertad”, de la medida en que percibimos responsabilidad en nuestras acciones y en las de los demás. El mundo parece funcionar gracias a estos juicios subjetivos, y a todos se les antoja razonable defender la “libertad”, la posibilidad de desear algo y de obtenerlo sin coacciones, de crecer dentro de las propias posibilidades, de vivir una vida aparentemente libre, en definitiva. Que cada uno defienda sus ideas: aunque no exista, la libertad es algo que me permite obrar mejor, algo que mejora – Kant dixit – el desempeño de mis otras facultades.
Y ahora, desde una posición pragmática, podemos preguntarnos si las especulaciones sobre la libertad son relevantes. A lo mejor la respuesta es negativa, y lo que parecen interesantes discusiones acerca de las acciones y de las responsabilidades (incluido el problema del mal y la filosofía del derecho penal), no son más que intentos de hurgar en algo vacío, en una cáscara verbal, una de las muchas que pueblan los diccionarios. “La libertad queda muy bonita en la obras de arte, y en la letra de las canciones”, piensan algunos. Está bien. Os lo concedo: las “idas de olla” filosóficas sólo son buenas para recalentar la cafetera que llamamos “cerebro”, la “cosa húmeda”.
Pero yo me lo paso pipa, qué quieren que les diga 🙂