Embotado por las clases invernales, los trabajos que hay que entregar antes de las “deadlines”, y ciertas ganas de migrar hacia el sur, lucho por encontrar la inspiración y decir algo más que chorradas. “El intento es encomiable”, diría Fulano, “pero los resultados son pobres”. Estoy de acuerdo, cielo santo. Me gusta ser actor, público y crítico a la vez, auto-lanzarme verduras podridas, pedir feedback de cualquier tipo, aunque sea una patada en el trasero.
A lo que iba.
Dentro de un periodo X de tiempo, terminaré mis estudios universitarios, y entonces tendré que enfrentarme a un grave decisión: ¿Pepsi o Coca-Cola? Ah no, esa es otra. Tendré que elegir si empezar ya a ejercer, o intentarlo, como “profesional” (palabra fea), o ponerme, por otro lado, a investigar. “Investigar”, verbo misterioso, críptico, sinónimo de muchas cosas poco agradables, todas ellas relacionadas con el neo-esclavismo institucional, el “enchufismo”, el trabajo “negro”, y otras cosillas que sólo un inocente no quiere ver.
Ojo, no estoy diciendo que ver todo esto implique no seguir el camino. Hay quien elige el camino duro y lo recorre, sabiendo de antemano que tendrá que atravesar una constelación de cagadas de elefante con su nave espacial, y posiblemente terminar en un agujero negro con forma de paro. Es una cuestión de perspectiva, por supuesto. Y de fe.
Este magnífico artículo ya tiene unos años, pero describe a la perfección la situación de la investigación en España. Este otro tampoco tiene desperdicio. No estamos como para dar saltitos de gozo, precisamente. Pero, ¡ay!, las Casandras nunca son bien recibidas, y el pesimista (¿o deberíamos decir “optimista informado”?) es alejado con superstición de las tabernas de soñadores. Por mucho que uno sueñe, nadie puede escapar de los hechos. Uno está dispuesto a tomar los hechos y hacer con ellos una sabrosa tortilla escéptica.
En Italia, mi país, 1700 investigadores han ganado, mediante oposición, una plaza: pero ninguno de ellos la tiene, ni la tendrá en breve. ¡Porque no las hay! Han ganado algo que no existe, porque el estado no se preocupó en crear las plazas de investigador – cuyos sueldos, todo hay que decirlo, son cuatro veces inferiores a los de los americanos. La media de edad de los investigadores titulares en Italia está entre los 50 y los 55 años, ¡manda eggs!
Se habla de ayudar a los investigadores, de evitar la “fuga de cerebros”, de esto y de lo otro. Son discursos vacíos: hay muchos europeos en los Estados Unidos que están llevando a cabo investigación de altísima calidad. Cuando vuelven, su destino, en muuuchos casos, es el ninguneo más completo. En España, las becas son de “bucle abierto”: duran X tiempo, y luego se acaban. Lo que ocurre después es un misterio. El becario es una criatura infrapagada y sin derechos. Siempre hay excepciones, por supuesto. En una ocasión vi una cebra leer el periódico.
¿Qué es lo que quiero decir con este delirio? Que si elijo investigar, me lo pensaré dos veces. Eso de tomar el hábito, hacer voto de pobreza y castidad, y dedicar mi vida – en cuerpo y alma – a la sagrada tarea de recoger tomates en el huerto de algún abad con cátedra, es un destino que quisiera evitar en la medida de lo posible. Cuando se es joven, uno piensa que podrá investigar en lo que más le interesa. ¡Error! Uno investiga lo que más le interesa si: a) Su interés coincide con el de alguien que tenga dinero o poder; b) Investigar lo que desea es relativamente barato; c) Tiene él mismo dinero o poder.
Si ganara el cuponazo…