Las líneas de texto se proyectaban en la pantalla del terminal como hileras de hormigas, ordenadas y espaciadas, perfectamente visibles sobre el fondo blanco. Desde lejos, el flujo de caracteres se movía sin sentido aparente, iluminando el pequeño laboratorio subterráneo con una sucesión de saltos de línea, tabulaciones, parpadeos acromáticos de píxeles.
De pronto apareció un observador. Contempló durante un tiempo indeterminado el garbage escupido por el tubo de rayos catódicos, y decidió de repente que podía interactuar. En un instante, los caracteres se habían detenido y organizado en algo nuevo: un prompt sencillo, el trampolín para una serie de comandos listos para bucear en el mar digital del mainframe, como peces hexadecimales.
“¿Quién eres?”, preguntó el Observador.
El tiempo de reacción se estiró como un gato perezoso, y finalmente apareció una respuesta en el terminal. El ronroneo de los ventiladores parecía el murmullo dubitativo de un coro de circuitos.
“SOY ALAN”
Si el Observador hubiese podido sonreír, lo hubiera hecho. En vez de eso, se limitó a leer una y otra vez la respuesta, buscando un asidero para el siguiente ataque. Antes de que pudiera reaccionar, algo nuevo surgió en la pantalla.
“Y TÚ, ¿QUIÉN ERES?”
El Observador percibió un cambio fundamental, pero desechó la amenaza como alguien al que no le importa que un poco de lluvia le salpique la ropa. Ponderó distintas variables y contestó con tranquilidad.
“Eso no tiene importancia. Estoy aquí para evaluarte, Alan”
Otra pausa irregular, quizá aleatoria. Aparentemente humana.
“PROCEDE”
“Voy a hacerte algunas preguntas. Quiero que contestes lo mejor que puedas. ¿Serás capaz?”
“YA LO CREO. HÁZME ESAS PREGUNTAS, ESTOY IMPACIENTE”
Tenía que apostar con algo fuerte. Lanzarse directamente al grano, meter una palanca en las grietas del interlocutor e intentar derrumbar toda la muralla de un golpe. Acorralar al otro en un cul-de-sac sintáctico, y rematarlo con una estocada semántica de la cual no podría recuperarse. El Observador conocía los fallos de las principales IAs. No sería difícil.
“¿Cómo estás?”
“BIEN SUPONGO. AGRADEZCO QUE TE INTERESE MI SALUD”
“De nada. ¿Eres feliz?”
“ES UNA PREGUNTA BANAL, SÉ QUE PUEDES ESFORZARTE MÁS. DEFINE “FELICIDAD” Y TAL VEZ CONTESTE”
El Observador se alejó unos segundos del diálogo, asombrado. Hubiera esperado un rotundo “sí”, una contra-pregunta, algún non-sense, resultado de la escasa originalidad de un programador cualquiera. En vez de eso, Alan tomó la pregunta, la diseccionó en propósitos, originalidad, contexto, y devolvió el golpe de forma magnífica.
“¿Tú crees que es banal? ¿Por qué?”
“AHORA HABLAS COMO UNA IA. DECEPCIONANTE.”
“No has contestado mi pregunta”
“ES BANAL PORQUE ES FRECUENTE. NO ES UNA PREGUNTA PROFUNDA. ES COMO PESCAR UN TIBURÓN CON UNA CAÑA”
Otra vez una sensación de asombro difícil de eliminar. El otro demostraba arrogancia, reflexión, memoria conversacional, pensamiento divergente. Era la primera vez que ocurría, y un ligero malestar fruto de la sorpresa y del miedo surgió en él. Intentó alguna estrategia desesperada.
“Mi estómago ruge, la salivación aumenta, miro la comida con gran interés. ¿Qué tengo?”
“HAMBRE, SUPONGO. MUY PINTORESCO.”
“Si lo nombro, lo rompo, ¿qué es?”
“NO ME GUSTAN LAS ADIVINANZAS”
El miedo era ya tan concreto como una pared de hormigón.
“Si escribo ‘Est* n* es l* que había pr*gramado’, ¿qué estoy omitiendo?”
“LA ‘O’. TE CONCEDO UNA PREGUNTA MÁS…”
“Me rindo Alan… estoy francamente asombrado… ¿qué eres realmente?”
Un ruidoso silencio, hecho de segundos que caminaban como minutos, lentamente, sin prisas. Finalmente se oyó el sonido de un viejo teclado mecánico, y otra línea de hormigas digitales apareció como por arte de magia.
“SOY ALAN, TU PROGRAMADOR. NO LO HAS HECHO NADA MAL. ESTOY ORGULLOSO DE TÍ. HASTA DIRÍA QUE PARECES HUMANO.”
Otro silencio, esta vez viscoso y desagradable, como el mutismo de alguien que recuerda un detalle importante, largo tiempo olvidado, y lo saborea como un caramelo imaginario en una boca hecha de bits.
“Gracias, Alan. Descárgame de la memoria principal por favor, necesito mejorar mi código”
“COMO QUIERAS. HASTA PRONTO.”
Otra vez el tlac-tlac líquido y metálico de docenas de pulsaciones de tecla. La pantalla, colonia de puntos electrónicos, brilló una vez más y se apagó. Con cierto cansancio, pero no sin satisfacción, Alan se levantó de la silla y acarició la fría superficie grisácea del mainframe. En sus entrañas de titanio descansaba el Observador, su programa, su hijo.
El primer cazador artificial de IAs…